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lunes, 20 de octubre de 2014

Media maratón nocturna de Bilbao


Posando uniformados antes de salir
Sobre todo para tranquilizarme, a quien me preguntaba por mi objetivo en la media nocturna de Bilbao, le decía que mejorar mi marca (1h. 38’ en Santander, en marzo de este año), porque era algo que creía que podría conseguir si no había contratiempos. Porque, aunque es verdad que los ritmos y la preparación desde el último triatlón (a mediados de septiembre) está orientada al maratón de San Sebastián (a finales de septiembre). En cualquier caso, el año pasado ya lo hice así (correr el medio maratón en Bilbao como parte de la preparación del maratón) y me fue bien, así que, ¿por qué no repetir?

Además, la carrera parecía mejor organizada este año, y se había quitado del recorrido la ratonera que suponía ir por Olabeaga y volver por el mismo sitio. La organización iba a ser más estricta con los cajones de salida y todo iba a estar más controlado. Y efectivamente así parece cuando, después de juntarnos para la foto de rigor la mayoría de los miembros del equipo que participamos en la carrera en las tres distancias (en la misma carrera hay una versión de 10K, una media maratón y una maratón), llegamos a la zona del Guggenheim.


Con Julia, también de uniforme
Ya en la salida, lo obvio es que hay mucha gente. Muchísima. Y que tampoco está mi liebre. La pobre lleva una concatenación de circunstancias que le ha impedido situarse a mi lado para llevarme a 4.20”/km. durante los primeros 10 kilómetros para no salir desbocado.

Lo otro es que hace calor. También muchísimo. Eso era algo que había tenido tiempo de asumir, pues llevábamos varios días con un viento sur constante que hacía que las temperaturas fueran más típicas de agosto que de septiembre. Así que correríamos de noche (encima salíamos una hora más tarde, pobres maratonianos), pero por encima de los 25º. Yo, sinceramente, habría preferido lluvia y frío, pero…

En su momento me había inscrito con un objetivo de sub 1 h. 45’, lo que me hacía situarme en el cajón número 3. El anterior, el sub 1h. 35’ me parecía demasiado arriesgado, y en su momento pensé que así me quitaría presión para la carrera y no saldría demasiado rápido persiguiendo a la gente más veloz. Craso error. El cajón 3 es muy numeroso, así que intento colocarme en la primera parte de él, al menos. Caliento un rato, después ya de haberme despedido de Julia, que corre la carrera de 10K (ella está preparando la media maratón de San Sebastián) y, después de un último e imprescindible pis stop antinervios, entro en el cajón. Faltan diez minutos para la salida, pero no nos vamos a quedar fríos. Qué calor. Debajo del puente Euskalduna, pegados como en una manifestación, apenas corre el aire.

Un par de minutos más tarde me doy cuenta de que encima no he entrado por la puerta más adelantada de las de mi salida, con lo que ni siquiera estoy en primera fila de mi cajón. Intento avanzar, pero ya la densidad es tanta que me resulta imposible adelantarme. Sólo queda esperar a la salida. Los minutos pasan despacio, y me concentro en tranquilizarme. Las pulsaciones están disparadas. Serán los nervios y el calor.

Van saliendo los dos cajones anteriores. ¡Y salimos! Sigo con mi idea de salir a 4.20”. El primer kilómetro es la guerra. Adelanto gente lo más delicadamente que puedo. Pidiendo paso, la gente habitualmente se aparta. Para cuando salimos a la Gran Vía, el terreno se despeja un poco y puedo encontrar un sitio en el mantener un ritmo constante. Aún así, sigo adelantando gente, pero ya no necesito preocuparme de dónde llevo los codos.

Miro el reloj antes de los primeros mil metros. Marca un ritmo medio que ronda los cinco minutos por kilómetro. Un desastre. Trato de autoconvencerme: ha sido el gps que ha medido mal por el tiempo que estado debajo del puente. Será eso. Busco el cartel del primer kilómetro; no lo veo. El reloj pita: 4:52. Pues sí que empezamos bien. Para más inri, la pulsera pulsómetro que estreno hoy para evitar rozaduras en el pecho apenas marca el pulso. Lo marca bien, pero sólo de vez en cuando. Culpa mía. Debería haberla probado antes de estrenarla en una carrera.

Bueno, pues al lío. Habrá que acelerar un poco. Como no estoy seguro de que el ritmo total esté bien calculado, porque sigo pensando que el gps se ha desorientado, sigo pendiente de la marca del segundo kilómetro. Ahora sí la veo: nueve minutos clavados. Bueno. Eso son 4.30” hasta aquí. No está todo perdido. En ese momento decido pasar del reloj. Busquemos un ritmo posible, un poco por encima de lo cómodo, y sigamos, al menos hasta el kilómetro diez. Ese es el plan. Hace mucho calor. Tanto que a la altura del primer avituallamiento, antes del kilómetro tres, tengo la boca muy seca. Bebo agua y me echo el resto de la botella por encima. Algo me refresca. Repetiré el ritual del sorbo y ducha en todos los avituallamientos. Y había muchos.

Camino a San Inazio afrontamos una de las primera subidas. La peor de todas. Pero sé que es pasajero. Cuesta arriba me voy escapando de mis compañeros de grupo. Poco después de coronar veo a Mikel Etxezarreta animar desde un lado de la carretera. Venga, que ahora tocan dos kilómetros cuesta abajo. Es verdad. Para esas alturas, antes de volver al puente de Deusto, llevo varios kilómetros corriendo constantemente por debajo de 4.20”. Incluso los que tienen desnivel positivo. Sigamos. A ver hasta dónde llegamos.

Tras el puente de Deusto lo corredores del diezmil, que habían salido a la vez, se desvían. Bien. Menos bulto, más claridad. Bueno, no. Esta zona está particularmente oscura. El kilómetro diez lo paso justo por debajo de 43 minutos. Eso quiere decir que he llegado  con unos segundos de adelanto sobre lo previsto. Y eso habiendo tenido que pelear en los primeros metros y tardando en coger un ritmo constante. Sólo puede significar dos cosas: que voy muy bien, o que lo voy a pagar.

Comienza la segunda mitad y mi empeño es mantener el ritmo tres o cuatro kilómetros más. A ver qué tal. A estas alturas ya no hay tanta densidad de corredores, ni problemas en los avituallamientos. Por el camino he adelantado a un par de compañeros del club. Paso el kilómetro catorce justo debajo de la hora. Eso es por debajo de 4.20”.

Pero hasta ahí me llegan los ritmos. Ahora me siento apretando de verdad, pero haciéndolo sólo para no ir más despacio. Además, el desfase que tiene el reloj con la distancia real marcada por los puntos kilómetros juega en mi contra. Llegado al kilómetro 16, sé que tengo que correr por debajo de 4.10 para bajar de una hora y media. Y eso es algo a lo que sé que no voy a llegar. Bueno, si peleo por no seguir a 4.20, o quizás a 4.30, bajaré de 1h 33’. Y eso es mejorar cinco minutos respecto a Santander. Me parece suficiente motivo para seguir corriendo. O al menos para intentarlo. El camino de vuelta hasta el puente del Ayuntamiento se me pasa volando. Es una acera que he recorrido decenas de veces. Pero voy por la carretera y no parece lo mismo. La llegada al puente se me hace dura. Ya falta poco. Dos kilómetros o así.





Ya en Uribitarte Mikel se pone a mi vera mientras pedalea y me graba. Me resumen la carrera, que Oskar iba para 1.15 y va a acabar de sobra para lograr plaza para Nueva York, que Aritz ha hecho toda la carrera a cuatro clavados, que ha visto a Pablo, que corre el maratón, bien. Sus ánimos me llevan unos cientos de metros, los justos para dejarme colocado para el último acelerón. He visto que el reloj ha marcado una hora y media no hace mucho. Y que hace  poco que ha marcado una hora y treintayun minutos, y que si corro un poco más, sólo un poco más, otro poco más, bajo de una hora y treinta y dos minutos. Julia está junto al puente bajo el que salimos. Animando. Y mucho. Como siempre. Eso quiere decir que ya ha terminado. ¿Qué tal le habrá ido? A la vista está ya el arco de meta. Marca casi 1h35’, pero sé que ese no es mi tiempo. Aprieto el botón al pasar bajo la pancarta. No tengo fuerzas ni para mirar el reloj mientras una voluntaria me da una manta plástica que me coloco por inercia. ¡Con el calor que hace!

Me quito la manta, cojo una botella y bebo. Me dan una medalla. Estoy tan cansado que quiero que me la pongan al cuello. Me pesa hasta la botella de isotónico que llevo en la mano. Es entonces cuando miro el reloj: marca 01:31:59. Eso es bajar de una hora y treinta y dos minutos. Y son seis minutos menos que en Santander. Oh, sí.


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